UNA NOCHE MÁGICA (2)
27/05/2017
CAPÍRULO 2º
Pasaban ya de la una del mediodía cuando Emilia, por fin abrió los ojos; se sentía más molida que otra cosa, pero sobre todo maltrecha… Maltrecha porque le escocía más que mucho lo mismo el sexo que el ano… Además, punzaditas de casi dolor entre los pelitos de su pubis… Estaba desnuda sobre la cama, absolutamente destapada, sin prenda alguna que la cubriera…
Se incorporó, mirándose la entrepierna… La frondosa vegetación de vello que cubría sus partes íntimas, apelmazada en no pocas partes, producto de amalgamarse pelos, semen y femeninos fluidos íntimos, ya resecos. Aparte, por su cuerpo menudeaban los vestigios de la más que movida noche, pellas de semen reseco diseminadas por pechos, vientre, muslos… Vamos, que estaba hecha un “Hecce Homo”, como antes se decía… Y recordó la noche que con su hijo pasara
Fue salvaje, bestial… Ellos dos no fueron personas, seres humanos, sino bestial salvajes… Macho y hembra de la misma especie enloquecidos por una libido, el deseo sexual en su más álgida expresión, interminable… Y así fornicaron, como animales… Como fieras salvajes… Luis, su hijo, resultó ser un fornicador nato, todo deseo, todo instinto del más acendrado primitivismo, sin asomo alguno de sentimiento… Lo absolutamente opuesto a su padre, Santiago, en quien el sentimiento, la sensibilidad nacida del cariño, era lo dominante en la intimidad conyugal… No; Luis no era en absoluto así, sino que su manera de hacer el sexo era a lo bestia llegando, incluso, a lo violento y por más que tremendamente soez en el trato verbal a su pareja sexual…
Él fue incansable, insaciable… Nunca tenía bastante, siempre pidiendo más… Y más, y más, y más… Tras vaciarse, bastaban ocho o diez minutos, para volver a pedir guerra… ¡Y qué guerra, Señor, qué guerra! Total, absoluta… Sin tregua ni cuartel… Hasta el culo se lo hizo, pues no hubo forma humana de evitarlo, por más que ella le pidió y suplicó que por ahí no, que le dolería mucho… Sí; Emilia le tenía terror a que se lo hicieran por ahí; su marido se lo había pedido sin lograrlo, pero su niño se salió con la suya… Quisiera ella o no quisiera…
En realidad, la violó por la “puerta trasera”, pues a viva fuerza se le impuso; a viva fuerza la sometió, inmovilizándola puesta en cuatro y con el culo forzadamente en pompa, como vulgarmente se dice… De una sola y brutal “estocada”, se la metió, enterita… Y si antes había sido con ella rudo, zafio y perdonavidas, entonces lo fue mucho; muchísimo más… La embestía con una furia, una violencia, que la rompía por completo, creyendo, incluso, que acabaría por partirla en dos… ¡Y qué vocabulario!... La puso de puta, de ramera, que no había por dónde cogerla… Puta, ramera, perra, guarra, “trotona”, “jinetera” de a tres al cuarto… Viciosa… Toda una panoplia de insultos de lo más arrabalero…
Pero lo paradójico fue que ese trato, esa violencia, tanto física como verbal, la “puso” cosa mala… La volvió loca y empezó a disfrutar…a gozar como nunca gozara, disfrutara… Se desató, y si su hijo fue soez y vulgar en sus maneras, ella en absoluto se quedó atrás… Al fin, se destapó como la puta más puta y viciosa de las más viciosas de las putas… Claro; no “profesionales”, que esas ya se sabe que nada sienten, sino de las otras, las que lo son por “amor al arte”, que tampoco son mancas…
Pero pensar en su marido la puso algo más que nerviosa… Recordó su rostro anoche, cuando ella ya, inevitablemente, se iba a estregar a su hijo… El rictus de dolor…el gesto de rabia, de ira… Se removió, inquieta, en la cama… No; no le apetecía un pelo enfrentársele… Aunque, bien mirado, tampoco la sangre llegaría al río… Si anoche, en caliente, no los mató a golpes a los dos, a ella y a su hijo, hoy, más en frío, en forma alguna… Pero de que algo haría, no le cabía la menor duda… Que Santiago no era violento en absoluto, era un hecho, pero de ahí a tener “sangre de horchata” mediaba todo un mundo
Siguió pensando en él… A su mente venía, especialmente, aquel rictus de ominoso dolor en su rostro, en sus ojos… Y le dio pena… Mucha pena… En cierto modo, ya anoche le pasó algo así, pero la tremenda libido que la dominaba, el atroz deseo que hacia su hijo la impelía, le nubló ese sentimiento de conmiseración que ahora, más serena, claramente sentía… No; Santiago no se merecía lo de anoche… Era demasiado bueno con ella… Nunca ni el menor disgusto, ni la menor queja… ¡Pobrecillo!... La quería demasiado; bastante más que ella a él… Él era de esas personas que cuando aman lo dan todo, entregándose al ser amado sin reserva alguna… Ella no era así; no podía sentir de esa manera; no podía darse así a nadie… Ni a sus hijos siquiera… Su frío pragmatismo se lo impedía… Pero, a su manera, también ella quería a su marido, y no poco… Por algo se casó con él…
Y ello vino a incrementar su recelo a encontrarse con él cara a cara… Ya ni siquiera por lo que él pudiera bastante más decirle que hacerle, los reproches y demás que seguro le dirigiría, si es que no hasta la echaba de casa junto con su hijo Luis, sino porque ella misma se sentía incapaz de mirarle a la cara. Allí, en la soledad de la habitación de su hija, donde transcurriera su “affaire” incestuoso, se sentía segura, haciéndosele el resto de la casa tenebroso piélago, cual aquél mar que el héroe griego Odiseo, o Ulises, surcara en “La Odisea”, por lo que se negaba a salir no ya de tal habitación sino, incluso, de la cama
Mas también le urgía salir, en especial al baño, pues no era sólo que necesitara más que aprisa hacer pis, sino que su lastimados genitales, delantero y trasero, reclamaban a gritos una reparadora crema que aliviara sus escoceduras, y su cuerpo abundante agua que eliminara los materiales vestigios de la pasadanoche de aquelarre… En fin, que en tal tesitura, su cerebro la convenció de que, más bien segura que probablemente, estaría sola en la casa, pues su marido, sin duda, debía estar en el taller, trabajando…
A tal efecto, como en una nebulosa, recordaba cómo cuando, ya por la mañana, muy, muy pronto, tal vez las seis y poco, ella al fin iba adormilándose, rota por la vara que su hijo le había dado, él se levantó, yéndose a su cuarto a vestirse para ir al trabajo; y cómo minutos después también su hija entró en el cuarto para, así mismo, vestirse y arreglarse para irse a trabajar. Luego, más seguro que otra cosa, era que su marido hiciera lo propio que sus hijos.
De modo que más confortada, segura de estar sola en casa, se levantó por fin y marchó, decidida, al cuarto de baño… Lo que luego sucediera pues sería eso, luego… Y ya se vería en qué carta acababa “pintando” el asunto…
Emilia se bañó en vez de ducharse, doliéndose cuando el agua lamió sus maltrechas partes, para seguidamente, limpia ya, atender debidamente sus escocidas “prendas”, más o menos nobles, con ingentes masas de reparador bálsamo a base de corticoides, mano de santo para tales males. Tras ello, marchó a la cocina… A fuer de sinceros malditas las ganas que Emilia tenía de ponerse en tales momentos a guisotear; ni hacerse un simple café con leche le apetecía, molida como estaba, con lo que acabó por calentar agua para un té, de esos de la bolsita,
Con el té ya en una taza, se sentó a la mesa de la cocina, lista a dar buena cuenta de él, sin preocuparse demasiado por lo que iba a comer, a pesar de que las dos de la tarde hiciera ya tiempo que pasaran; y entonces, cuando estaba tan tranquila y desembarazada de preocupaciones, el alma casi se le hiela al inopinadamente oír ruido de agua corriendo en el cuarto de baño, sabiendo pues entonces que no estaba sola en casa, como creyera y se convenciera de ello… Y claro, su acompañante sólo Santiago, su marido, podía ser
Y la subsiguiente impresión fue de eso, de impresión… Se quedó sin habla, como aterrada ante lo que se le podía venir encima… Y ya, ni siquiera estuvo tan segura de salir físicamente indemne del encontronazo, al recordar nuevamente el rictus de rabia y odio de Santiago… Temió que la medio matara de un palizón… Quiso salir corriendo… Escapar, huir de casa casi a la ventura, pero no pudo… Una fuerza mayor, invisible, la mantenía sujeta a la silla que ocupaba… Y así, con el alma en vilo y más aterrada que otra cosa, esperó acontecimientos
Estos llegaron minutos después, cuando Santiago entró en la cocina, descalzo, con el pelo todo mojado, un toallón anudado a la cintura cubriéndole piernas y vergüenzas y secándose el torso con otra toalla… Pero sin exteriorizar emoción o sentimiento alguno, para sorpresa de Emilia, que esperaba, cuando menos, todo un chaparrón de improperios… Simplemente, soltó un
• ¡Hola!... Buenos días…
Nada más. Se acercó a la encimera de la cocina y se puso a calentar una taza de leche al microondas, al tiempo que encendía la cafetera eléctrica, preparándose así un café con leche; y se sentó a la mesa, con su mujer, sin tampoco sacar “los pies del tiesto”… Él se fue tomando su café, sorno a sorbo y ella, enervada, inquieta, siguió esperando que “tronara”. Pero Santiago siguió sin decir “esta boca es mía” limitándose a seguir sorbiendo su café tranco a tranco… Vamos, como si nada hubiera sucedido… Sin más síntoma adverso que su prolongado mutismo
Emilia no hacía más que escrutar su rostro, buscando pistas que le hablaran del estado de ánimo de su cónyuge, pero tampoco esto daba resultado alguno, pues su semblante, su talante, era de lo más normal…
Por fin, Santiago salió de su mutismo para exclamar
• ¿Qué piensas que comamos hoy?... Supongo que algo rapidito… ¿Qué te parecerían unos simples huevos fritos con lo que sea, ensalada, por ejemplo?
• Pues no había pensado en nada todavía… Sí; unos huevos con lo que sea podría ser… Con unas lonchas de jamón, por ejemplo…
• ¡Estupendo!... ¿Lo hacemos ya?
• Pues… Como quieras… Aunque, la verdad, todavía, ni pizca de hambre tengo…
• Lo cierto es que tampoco yo tengo casi hambre… Si lo prefieres, podemos esperar otro poco aún…
Emilia no podía creer en tanta belleza… Que su marido hubiera tomado lo de anoche con tanta filosofía… ¡Si hasta parecía tomarlo como si no hubiera pasado nada!... Vamos, que estaba algo más que desorientada. Por fin salió un tanto del marasmo en que se encontraba, reaccionando en cierto modo. Se levantó de la mesa con su vacía taza de té en la mano mientras decía
• Bueno, lo mejor es que empiece a preparar algo…
Y entre los dos fueron preparando lo necesario: Emilia, friendo los huevos y Santiago, cortando el jamón y preparando la ensalada. Comieron tranquilamente y en acabando de comer él dijo
• Me voy a la cama, a dormir un poco de siesta… Estoy roto, baldado…
Y a Emilia se le pusieron los pelos como escarpias nada más escuchar tal cosa. Y, es que sucedía que, si Santiago era sentido y meloso en la intimidad conyugal, eso en modo alguno significaba que no fuera tremendamente aficionado a degustar de tales intimidades y hablar de siesta, invariablemente, implicaba que ella le siguiera al dormitorio… Así que, tan pronto escuchó Emilia lo de la siesta, sus maltrechas intimidades empezaron a protestar de forma que lo de los más cabreados obreros en una huelga, de risa, vamos… Así que esta vez Emilia no pudo levantarse y seguirle; le fue imposible ante el clamor de sus nobiliarias partes, aunque tampoco pudo evitar decir a su marido, aunque más bien aterrada ante una posible respuesta afirmativa
• ¿Quieres que me acueste contigo?
Santiago ya había empezado a andar hacia el dormitorio, dándole pues la espalda a Emilia; se paró casi en seco y se volvió hacia ella para decirle muy, muy serio
• Mejor no Emilia… Prefiero estar solo…
La respuesta de su marido, fue para Emilia, algo así como Música Celestial entonada por un coro de ángeles. Respiró aliviada al ver alejarse el martirio del coito en el estado que estaba. Más en segundos que en minutos se quedó sola en la cocina; todavía permaneció allí un tiempo, mientras tomaba un café como guinda de la improvisada comida. Luego dejó el servicio en la fregadera y se fue al salón, encendiendo la tele, más por inercia que por gusto o interés y, dado lo soporífero de los programas televisivos, al menos los españoles, al poco se quedó dormida. Despertó al rato, no precisamente corto, e intentó centrar la atención en lo que la “tele” decía, mas le fue inútil pues aquello, como es habitual, no había forma de “tragarlo”, por lo que, a falta de otra cosa mejor que hacer, se puso a darle vueltas al magín(1).
Para empezar, caviló sobre lo sorprendente de la actitud de Santiago, su marido; y no solo por ese parecer que, para él, anoche no hubiera pasado nada, sino también que, por vez primera desde que ella recordara, él hubiera prescindido de ella al irse a la cama. Y a la conclusión que llegó fue que su locura podía tener fatales consecuencias… Hasta deshacer su matrimonio… Hasta destrozar su familia, partida en dos mitades
Así que se dijo que eso había que atajarlo cuanto antes, recuperando la estabilidad con su marido… Pero, ¿cómo?... ¿Hablándole francamente, pidiéndole perdón por lo de ella y su hijo?... No; en forma alguna… No era lo suficientemente valiente para arrostrar tal cosa… Él parecía tenderle un “puente de plata” y no iba ella a mentar la soga en casa de ahorcado, para que el tiro le saliera por la culata… No… Simplemente, sería muy, muy afable y cariñosa con él… Mucho más que hasta entonces fuera.
Sí; eso sería lo mejor, se pensó, ser en extremo cariñosa con él; besarle, acariciarle cuanto más mejor… Sobre todo durante las relaciones íntimas…que, además, lo mejor sería que menudearan más que actualmente… Volver a enamorarle, a seducirle… Como veintitantos años antes….
A eso de las ocho, como siempre, empezaron a llegar sus hijos; primero Isa, no tanto después de las siete y media de la tarde. A ella ni la miró, yéndose directa a su padre al que se abrazó besándole sonoramente en ambas mejillas mientras le acariciaba el pelo
• ¿Cómo estás papi querido?... ¿Más animado?
• Sí hija; estoy bien… De verdad, palabra… Me siento bien… Y en paz…
• Así me gusta, papi amado…
Y se fue a su habitación a cambiarse, pasando por el lado de su madre sin siquiera mirarla… Muy poco después de las ocho llegó Luis, saludó a su padre con un displicente
• Hola papá…
Y se fue directo a su madre. Quiso besarla, cómo no, en la boca, mientras con la mayor desvergüenza dirigía sus manos a los maternos senos; ella le esquivó los labios, con lo que el beso se perdió de refilón en la comisura izquierda de Emilia, al tiempo que le rechazaba las manos de un contundente manotazo… ¡Sólo eso le faltaba!... Pero Luis ni se inmutó ante el rechazo de Emilia; sonrió más bien chulescamente en tanto miraba a su padre de reojo y Santiago hizo como que no veía nada, no se enteraba de nada, mirando la televisión, pero sin perderles ni un segundo de vista a los dos, su mujer y su hijo, por lo que no se le escapó esa sonrisa chulesca, claramente humillante para él…
Luis, más fresco que una lechuga, marchó hacia su habitación y momentos después Emilia se levantó, excusó ir al baño, y salió tras su hijo. Entró en su cuarto, y cerró tras de sí la puerta, encarándose al momento con él
• ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso delante de tu padre? ¿Estás loco o qué?
Y Luis volvió a sacar su vis canallesca
• ¡Pues anoche bien que te gustaba que te metiera mano!...
• Eso fue una locura que no se volverá a repetir… ¿Me entiendes?... ¡Nunca más, Luis; nunca más!... ¿Entendido?
• Bueno; si tú lo dices… Por mí no hay problema… Pero… ¡Tiempo al tiempo mamá!… ¡Tiempo al tiempo, zorrita!...
Su madre le cruzó la cara de un bofetón y, furiosa, salió de la habitación
Cenaron, vieron un rato la “tele” y se fueron a dormir. Cuando entró en la alcoba Emilia iba un tanto envarada, temiendo más que nada que él se lo pidiera… Eso la mantenía al borde de la crisis, tanto moral como física. Anímicamente, estaba dispuesta a todo… Pero, como Jesús en Getsemaní, también ella decía, para sus adentros, claro: “Si es posible, pase de mí este cáliz”…. “Mas no sea como yo quiero, sino como tú desees” maridito mío… Y así se metió en la cama… Dispuesta a sacrificar sus maltrechas partes pudendas, la de adelante y la de atrás, si así vinieran las cosas, en aras de la vuelta de la paz y estabilidad conyugal, le costara lo que le costase…
Y la carne se le puso aún más de gallina cuando al meterse en la cama, Santiago se volvió hacia ella y sí, la besó…pero en la mejilla; luego le pasó un brazo bajo su espalda, atrayéndola hacia sí, abrazándola; volvió a besarla, otra vez en la mejilla, para añadir seguidamente, musitándole más que hablándole al oído
• Anda cariño, durmamos los dos tranquilos…
Y Emilia respiró tremendamente aliviada: Él parecía dejarla en paz… Su alma, su ser entero, entonces se inundó de dulce agradecimiento hacia su marido… Se volvió hacia él y besó sus labios, añadiendo en voz más que queda
• Te quiero mucho, marido…
Y Santiago la estrechó aún más contra sí, la volvió a besar para después diciéndole
• Y yo a ti, cariño mío…¿Sabes? Creo que sin ti no podría vivir…
• Ni tampoco yo sin ti…
Y le volvió a besar en la boca… Y Santiago correspondió a ese beso… Y Emilia volvió a besarle, y Santiago a responder a la nueva caricia de su mujer… Y poco a poco, las iniciales castas intenciones del hombre empezaron a flaquear, al subir sus besos de temperatura, pero es que tampoco ella se quedó manca al responder a esos besos de su hombre, con lo que él pasó a buscar los senos de su mejer que comenzó a suspirar, a gemir, exaltada ya… Y como tantas otras veces, sin pensar ya en escoceduras y otras gaitas, quiso atraparle una pierna entre las suyas, restregando así su “tesorito” con la atrapada pierna masculina, pero al intentarlo, el “tesorito” protestó lo suyo, arrancando de su boca un casi alarido de dolor
Al momento Santiago inquirió
• ¿Qué te pasa? Estás dolorida, verdad
Emilia sólo respondió asintiendo con la cabeza
• A ver; déjame que te vea
• No; si no es nada… Ya me estoy tratando… Crema balsámica con corticoides…
• No importa; déjame que vea cómo lo tienes
A regañadientes, Emilia consintió en que su marido le mirara el “tesorito”… Y Santiago se asustó ante lo que vio
• ¡Dios mío!... Si lo tienes totalmente desgarrado… En carne viva… Emilia, estos destrozos diría que son serios… Debía verte el médico… El ginecólogo… Puede haber infección incluso…
Emilia se negó en redondo a tal sugerencia… ¡Si no era nada le decía!... Unos días de “descanso” y buenos corticoides y lista otra vez “pa too servicio”. Santiago, no muy convencido, pasó por el aro que ella quería, no sin volver a extender una más que generosa pátina de crema sobre esa tan dolorida parte… Iba a dar por concluida su intervención cuando se acordó de la otra “puerta”, la de atrás
• ¿Por atrás estarás más o menos igual, verdad?
Emilia enrojeció hasta la raíz del pelo y bajó la cabeza, sin querer sostener su mirada, cuando, así mismo, afirmó con la cabeza. Él hizo que se diera la vuelta, presentándole el ano, que así mismo Santiago exploró con la mirada… También estaba más que lastimado, aunque no tanto como la puerta central a su feminidad… También cubrió el orificio y hacia adentro, el recto, en lo que pudo y sus dedos llegaron, de crema reparadora
Y, ya más a gusto, más tranquila y relajada, sin molestias que la torturaran, Emilia se estrechó contra su marido, volviendo a besarle, pero ya más “modosita”, que ya se sabe, que luego va el Diablo, sopla y se arma la de Dios es Cristo
• Dios mío Santiago… Y qué bueno eres conmigo… ¡No te merezco!...
• Anda mujer; no digas tonterías… Descansa…duérmete cariño…
Y Emilia siguió el consejo de su marido, quedándose dormida en pocos minutos, acurrucada, como estaba, a él. Santiago tardó bastante más en dormirse… Estaba no ya nervioso, sino sumido en un tremendo desconsuelo… Tampoco la ira, la rabia le dominaba; ni siquiera los celos…. Sólo eso, el desconsuelo, la amargura… Una tremenda tristeza… Y el despecho… La frustración… Llevaba tiempo deseando hacérselo por detrás y la muy… ¡Sí, la muy zorra!... ¿Por qué no decirlo así, a las claras?... Al pan, pan; y al vino, vino, como entre gente recia se habla… Sí; la muy zorra le entrega al hijo de mala madre, en la primera vez, lo que a él se hartó de negarle… ¡Maldita; maldita sea!...
Y, ¡Dios!... ¡Qué engendro del Averno había él engendrado!... ¡Qué manera de tratarla!... ¡A su madre; a su propia madre!... Como un sádico… Un auténtico sádico… Recordó, aunque no quisiera, los gritos; los aullidos… Los alaridos de placer que ella lanzara anoche… Sí; los escuchó nítidamente y, aun estando él mismo entre los brazos… Entre las piernas de su hija, le dolieron… Le escoció tremendamente oírla… ¿Cómo podía seguir queriéndola? se decía… Pero así era… La quería… La quería inmensamente a pesar de todo
Luego pensó en Isa; su hija Isabel… ¡Tan cariñosa, tan entrañable!… ¡Tan enamorada de él!... Porque Santiago, tonto no era y lo notó; o, mejor dicho, sintió, vivió su amor, espontáneo, total, desinteresado… Absoluto… Se sintió amado, querido por una mujer como nunca se sintiera… No; eso no era exacto, pues lo correcto sería admitir que esa fue la primera y única vez que una mujer, de verdad y sin reservas, le había amado… Le había querido, como mujer… Por entero, sin reservas… Dándoselo todo, todo, en la forma más generosa del mundo… Sin recibir nada…sin tomar nada a cambio
Y como siempre, las odiosas comparaciones se abrieron paso, imponiéndose por sí solas… ¡Qué diferencia en la forma de amarle con la de su mujer, Emilia!… Ella, Emilia, era incapaz de sentir y, sobre todo, de dar todo lo que Isa le dio aquella noche… ¿Aquella noche?... ¡Dios mío!... Si… Si… ¡Fue anoche; anoche mismamente!... Y le parecía que había pasado casi una eternidad… ¿Amaba, de todas formas; a pesar de todo lo pasado, a su mujer, a Emilia?... Y se tuvo que decir que sí; irremisiblemente sí… ¿Y a su hija, a Isa, a Isabel?... No quiso responderse; se negó a ello… Ni siquiera a pensarlo; a sólo planteárselo… ¡Sería monstruoso!... “¡Por Dios, Santiago; que es tu hija!”… Pero recordaba la noche anterior y… No; entonces no fue; no era su hija, sino la más maravillosa, excepcional, de las mujeres… La más femenina… La más adorable… La mujer perfecta… La verdadera, la única mujer DIEZ que sobre el orbe terrestre podía haber
Pero… ¿La amaba también a ella?... La idea le rondaba por la cabeza una y otra, y otra… Y otra vez más… Y una y otra e innúmeras veces más, se decía lo mismo “Estás loco Santiago; estás enfermo; ¿cómo vas a amar a tu propia hija?... ¿Cómo la puedes desear, babear por ella casi?... Es de locos, Santiago… De obsesos… De tarados… Tarados mentales y, sobre todo, morales… Además… ¿Es que no amas, a pesar de todos los pesares, a tu mujer?... Y… ¿Se puede amar a dos mujeres a un tiempo…a la vez?”
FIN DEL CAPÍTULO.
NOTAS AL TEXTO.
1. Según el Diccionario de la RAE, “Magín, de Maginar,= coloquialmente, Imaginación”. En España, este término se usa ampliamente, o usaba, como sinónimo de cabeza, cerebro
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