Mi profesor de Italiano sí que sabe usar la lengua
23/05/2018
Siempre me hallé particularmente atraído a todo aquel entusiasta de los idiomas. Mi profesor de italiano no era, por tanto, la excepción. No habían señales de química entre nosotros; jamás se me hubiese pasado por la cabeza emprender un episodio erótico con alguna autoridad como la de un profesor, a quienes guardo un profundo respeto. No fue sino semanas más tarde que mi percepción sufrió un cambio radical, y que encendió en mí el anhelo por las fantasías más tórridas y excitantes.
Mi carrera universitaria requiere de muchos consejos y atención: debes recibir la ayuda de literalmente cualquier erudito, y en mi caso, de algún profesor de idiomas. Tuve la necesidad constante de buscar su asesoría, y con el tiempo descubrí que él era aplicado e inteligente, siempre estuvo allí cuando tenía una duda... Según supe, tiene esposa desde hace tres años, así que nunca me esperé lo que pasó.
Un día, después de clase, cuando todos se fueron, me quedé con él, a solas, nervioso, en un salón pequeño en el edificio rojo, tercer piso... Normalmente, a esa hora en específico, no hay ni un alma cerca; salvo los del mantenimiento, claro.
Yo apoyé mis brazos en el escritorio, y la posición que tomé pareció ser la razón detrás de todo. Mis glúteos se erguían con todo orgullo y se meneaban de un lado a otro (sin ninguna mala intención, lo juro: sólo quería sertirme cómodo)...y...
De un momento a otro, apoyo su mano en uno de mis glúteos. Yo, victima de los nervios, que no suelo esperar cosas de tal índole, le aparte la mano con prontitud.
Admito que me gustó, por supuesto.
...y mucho.
Él insistió.
Me suplicó gentilmente que permaneciera quieto, que me relajara, que lo dejara todo en sus manos: que no me arrepentiría.
Me acostó boca-abajo sobre el escritorio. Debo admitir que mis piernas tambaleaban, y mi corazón corría a mil millas por hora.
Con una lentitud que aceleraba el suspenso, bajó mis jeans. Y aunque me esperaba un ataque sin piedad, no pasó lo que esperaba... Jamás alguien había hecho lo que él. Jamás había sentido éxtasis tal. Comenzó a lamer mi recto con la punta de su lengua, muy lentamente, como si saborease una especie de helado muy frío. Luego mordió como loco, muy repentinamente, mis nalgas. Respiró sobre mis testículos, los besó, luego subió otra vez y le ofreció un beso húmedo a mi apretado ano. Yo estaba muriendo de placer, francamente... lo que sucedió después fue aún más caliente.
Le dio una cachetada a una de las mías. Enseguida grité.
Me asusté, creí que nos descubrirían.
Le advertí que no debía hacerlo otra vez: que no me complacía del todo.
Se disculpó.
Siguió lamiendo.
Desde muy debajo, por mi espalda, hasta llegar a la nuca. Mordió mis orejas, mi cuello, mis labios fríos... Era algo nuevo; refrescante en realidad, habían pasado ya años sin sentir algo parecido.
Me preguntó que si tenía algún condom conmigo; mi respuestas fue no.
Me dijo que no traía ninguno consigo ahora... Nos hallábamos en la pregunta del millón de dólares: ¿Continuaríamos a pesar de? Era arriesgado, sin duda, había mucho en juego, mucho qué perder...
Consentí.
Él estaba pletórico, por no decir excitado hasta el extremo. Habíamos alcanzado el punto máximo. A este punto ya no nos importaba nada, nada en absoluto. ¿La universidad quería enterarse? ¿Lo del mantenimiento escucharían nuestros incesantes quejidos? Pues, bienvenidos, ya no había marcha atrás... Volvió a cachetear mis nalgas, y lo miré con una mirada asesina. Ya su cara no era la del principio, ahora su semblante se había convertido en algo más salvaje, más bestial: algo de otro mundo.
Sentía correr por mis venas una mezcla de terror con excitación.
Apretó mis nalgas con una presión tal que me dolió el ano.
Temblaba, sí, y mucho.
Luego lo sacó de sus jeans.
Calculé unos 18 o 20 centímetros: después de todo, sus 28 años lo demostraban.
Era mucho mayor en comparación a mis 18 años, pero resultó muy tentador.
Me suplicó que le diese sexo oral.
Y así lo hice.
Sabía a... sudor, claro, y olía a su perfume. Me pregunto si ésto lo habría planeado ya... en fin, a juzgar por su reacción, su esposa no le había dado uno así en mucho tiempo.
Me pidió que parara después de 2 o 3 minutos; dijo que si seguía, acabaría. Un poco decepcionante, debo acotar.
Me dijo que quería ver el mío.
Se lo mostré...
Dijo que le parecía tierno. No sé si fue un insulto o un halago. Subí una ceja y le pregunté si quería probar. Se negó.
El muy maldito dijo que no era de esos.
Insistí, le advertí que ésto acabaría si no accedía (obviamente no quería que terminara así, fue un paso muy arriesgado y lo admito).
Lo logré.
Aunque fue por muy pocos segundos.
Incluso llego a morderlo.
Creo que lo disfrutó un poco.
Me levantó, probándome su fuerza, y me colocó boca-arriba sobre el escritorio, con mis pies tocando la pared de enfrente.
Respiré hondo, mucho tiempo había pasado desde mi última penetración. Tenía la certeza de que dolería mucho..,y... ¿sin condom ni lubricante? Ciertamente era toda una aventura.
Comenzó lento, mirándome fijamente a los ojos.
Sus sexys ojos color café aún me trasnochan.
Yo tenía razón. Dolió.
Tenía la sensación de que era más doloroso que satisfactorio.
Le expresé mi descontento.
Él sonrió y aún así fue muy profundo.
No aguantaba ya el dolor, supongo además que la posición no era muy ventajosa que digamos.
Creo haber derramado una lagrima o dos. Y no me molestó del todo.
Eventualmente comprendió que me hacía daño.
Me volteó, usando de nuevo su fuerza. Las cosas cambiaron. Mi teoría resultó ser correcta: la anterior posición no era para nada útil.
El dolor se convirtió en dosis de cosquillas, roces estimulantes. Hubo logrado darle a mi punto g justo en el blanco.
Mi piernas ya parecían maracas.
Golpeé el escritorio más de una vez.
No encontraba de dónde agarrarme. A quién culpar.
Siguió así varios minutos, hasta que me volteó otra vez y me besó.
Por alguna razón, su beso se sintió especial, cálido, como ese de amor paternal: me sentí seguro.
Bajó sus jeans mucho más.
Subió su camisa y logré ver un cuerpo muy esmeradamente esculpido, un abdomen bastante envidiable.
Era todo un Adonis; incluso su propio nombre no hacía más que corroborar esta teoría con tal similitud: su nombre es Ardenis.
Mi satisfacción había llegado ya hasta la cúspide.
Sentí que me venía, puesto que durante todo este tiempo él estuvo masturbándome.
Me pidió que permaneciera quieto, que no realizara ningún movimiento brusco.
Temí que alguien nos pudiera atrapar in fragante...
Pues no era así. El muy maldito descargó toda su 'mercancía' dentro de mí.
Enseguida bajó, y me hizo sexo oral.
A continuación se colocó de espaldas en forma de reverencia, como dándome la señal de que era mi turno finalmente.
Y lo aproveché.
Como bien mis piernas templaban, también lo hacía yo.
Así que tarde en penetrarlo.
Luego de incesantes quejidos me suplicó que parara, pero sólo se lo introduje más y más adentro. Se apartó de súbito.
Me dijo que no podía más: que era muy doloroso.
"Maricón" -pensé-. No soy un guerreo espartano, ni mucho menos un kamikaze: pero soporté todo lo ocurrido hasta ahora. ¿Acaso él, mayor y más fornido, no podía soportar el mismo dolor?
Me pareció un gesto muy inmaduro y descortés de su parte.
Luego sólo me masturbó y me permitió correrme en su boca. Lo digirió.
Fue lo menos que podía ofrecerme después de todo.
A diferencia de la escena pre-sexo de muchos, donde uno ayuda a desvestir al otro y luego del post-sexo cada uno se viste de nuevo por sí solo: nosotros no.
Me besó de nuevo, y mientras subías mis jeans me mordió una nalga y la abofeteó nueva vez más: a estas alturas era evidente que mi amante tenía una fuerte fijación de mordiscos y bofetadas.
Tomó mis manos, acercó su frente a la mía e inquirió en italiano: ti ho fatto un sacco di danni?, ti è piaciuto? (¿te he causado mucho daño?, ¿te gustó?)
Le dije que sí, y luego me besó. Bajamos las escaleras con sumo cuidado de no levantar sospechas y cada uno tomó caminos separados: pero no se fue sin antes guiñarme su ojo izquierdo.
Me crucé con una amiga de repente: temí que sospechara algo, no pude evitar ponerme nervioso.
Ella sólo me miró con tranquilidad y dijo: "Ardenises un buen profesor, ¿no es así?". Se fue con una sonrisa sarcástica y así fue como todo terminó esa tarde.
No obstante, las secuelas y evidencias de lo que habíamos hecho aún están presentes.
El otro día, mi hermano menor entró a mi habitación mientras me cambiaba y notó con claridad la marca en una de mis nalgas. Me sobresalté y le dije la primera idea que se me vino en mente: "Fue un... un camello" -Me sentí estúpido- "me mordió durante la última visita al zoológico... ya sabes que lo hacen con bastante frecuencia... eh.. es mi culpa... me acerqué demasiado..."
La clase siguiente, las marcas de mis zapatos se notaban sobre la superficie la pared, todos hacían bromas y decían que "una parejita no había podido contenerse". tanto yo como el profesor no pudimos evitar reír, aunque supimos disimular muy bien a partir de entonces.
Tristemente, no ha vuelto pasar más que un guiño en una clase, o un leve roce en otra. Demás está decir que no me molestaría intentarlo de nuevo.
Y ahí fue cuando desperté... (¡bromeo, bromeo!)
Eso sí es literatura erótica, muy bien escrito.
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