Familia muy singular, parte 5
12/05/2018
Pasamos un fin de semana en la quinta que fue de locura. Mónica, mi mujer quedó preñada, como quería. En realidad no sabemos de cual macho, pero no importa, lo anotaremos como del matrimonio. Marina, mi hija tuvo el período a los pocos días, pero decidimos que se case con Lautaro, así si la preñaban en los encuentros, parecería que era un hijo de su matrimonio. Queremos cuidar las apariencias.
Volviendo al grupo, los encuentros en la quinta se repetían, habiendo agregado a Coqui, el pastor alemán de Lautaro. Al principio Mónica, mi santa mujercita, tenía miedo pero se fue acostumbrando. Ahora le encanta que Coqui, totalmente abotonado, la arrastre por el patio de hierba mientras ella gime y se babea. Una pose que le enseñó Marina es que se ponga panza arriba, en el borde de la cama y se abra totalmente de piernas. Esta posición tiene la ventaja que Coqui le mete su pija más hondo, que la aprieta con todo su peso, que los pelos del perro se friegan en los calientes pezones de ella, dándole más placer y que su lengua y su baba caen sobre su pecho. Mónica encontró otro placer: besarse y lamerse con Coqui, si hasta se dan besos de lengua, perro y mujer. Es hermoso ver la baba canina caer sobre ese pecho y correr por la zanja que se forma entre las tetas.
Por mi parte, mi culo se ha convertido en propiedad de Lautaro y sus amigos y mi excitación sexual está más calmada. Sigo saboreando esas pijas todas mojadas de exquisitos jugos y mi calentura la goza mi mujer ya que todas las noches recibe su porción. Su panza de embarazada no se nota aún y su culo me sirve para que se derrame mi semen.
Como verán, nos hemos convertido en una tranquila pareja de 7 miembros, todos amantes de todos.
Creo que ya nos conocen, así que este es el último relato sobre mi amorosa familia.
Los amamos a todos, especialmente a los pijudos y a las putitas.
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