En un autobus
29/03/2016
¿Quién no ha fantaseado alguna vez con tener sexo con una persona desconocida en el interior de un autobús atestado de pasajeros? Eran cerca de las 7 de una calurosa tarde de septiembre, llevaba cerca de media hora en la parada del autobús desesperada por su tardanza y cansada de esperar de pie calzada con aquellos cada vez más incómodos zapatos de elevado tacón. No podía sentarme debido a la brevedad de mi faldita que, aunque tenía algo de vuelo, era lo suficientemente corta como para mostrar más centímetros de muslo de lo que pudiera considerarse decoroso si me sentaba en el banco metálico de la parada.
Mi trabajo como Relaciones Públicas de una empresa internacional me obligaba a llevar un convencional uniforme compuesto por un traje de chaqueta con falda corta que indefectiblemente debía ir acompañado por unos tacones. Aquel había sido un día agotador, las recepciones ofrecidas a nuevos clientes lo eran siempre.
No veía la hora de llegar a casa y descalzarme nada más cruzar la puerta. A continuación me prepararía un relajante baño de espuma, me serviría una copa de vino y la disfrutaría lentamente sumergida en el agua. Sí, sin duda eso me haría sentir bien, muy bien.
Estaba abstraída en estos pensamientos cuando finalmente vi llegar el autobús cargado hasta los topes de pasajeros. Puse una mueca de fastidio pues seguramente el ambiente en su interior estaría agobiantemente cargado con los efluvios procedentes de tal cantidad de personas sudorosas tras la calurosa jornada. Una vez dentro me costó avanzar por el pasillo atestado, pero finalmente logré situarme en un rincón del descansillo de la zona central y suspiré aliviada al comprobar que el aire acondicionado hacía respirable el aire allí. Me apoyé en el cristal de la ventana que estaba a mi izquierda y me dispuse a echar un vistazo a la revista femenina que llevaba en la mochila colgada a mi espalda, pues dado el abundante y lento tráfico que suele haber en Madrid a esas horas de la tarde el trayecto iba a resultar bastante largo. Así que, como pude, debido a la cantidad de gente que me aprisionaba en aquel rincón, pasé mi mochila al frente y saqué la revista, depositando aquélla después en el suelo, separando un poco las piernas para colocarla entre los pies.
Mientras estaba inclinada asegurándome de dejar bien cerrada la mochila sentí que alguien se colocaba rápidamente detrás de mí frotando su cuerpo contra mis nalgas con una intensidad y duración que me pareció desproporcionada para resultar casual. No obstante, el roce no me resultó desagradable en absoluto, más bien todo lo contrario, por lo que prolongué unos segundos más el contacto...
Cuando me incorporé, abrí la revista y me puse a ojearla. El movimiento del autobús hacía que nuestros cuerpos contactaran y se apretaran a menudo lo cual me estaba empezando a gustar, especialmente porque sentía como poco a poco él se aproximaba más a mí hasta situarse completamente pegado a mi espalda. El vaivén acompasado de nuestros cuerpos me excitaba cada vez más y decidí apoyarme en él para ver qué pasaba. La altura que me proporcionaban los tacones hacía que mi culito quedara a la altura de su paquete, lo cual hacía más sexualmente explícito, si cabe, el contacto. De repente, noté el roce de unos dedos en mi cadera derecha, roce que se fue convirtiendo en caricia. Sentir esa mano desconocida acariciando mi cadera era de lo más excitante, así que decidí dejarme hacer. En un momento dado, empecé a apreciar cómo el bulto que tenía detrás de mi culito aumentaba considerablemente su tamaño y protuberancia. Alcé un poco los talones para elevar aún más mi cuerpo y los bajé de nuevo de modo que el bulto quedo perfectamente encajado entre mis nalgas.
Tras permanecer un rato en esta situación, noté cómo el desconocido se separaba ligeramente y cómo sus caricias se trasladaban desde la cadera hasta la nalga derecha. Primero, por encima de la faldita y luego, bajándola al muslo e iniciando un ascenso hacia mi culito bajo la falda. Cuando la mano llegó hasta la nalga se detuvo y pareció vacilar unos instantes. En ese momento imaginé que el desconocido -al notar mis nalgas desnudas- pensaría que llevaba unas braguitas tanga. Pero lo que él aún no sabía es que aquella mañana había prescindido de ponerme braguitas previendo que el calor haría que me estorbasen. No tardó mucho en descubrirlo ya que su mano empezó a acariciar ambas nalgas y a recorrer la rajita de abajo a arriba con los dedos, por lo que al llegar al extremo superior y no encontrar ninguna tira de tela surgiendo entre ellas comprobó que no llevaba ropa interior. Esto pareció excitarle ya que sus caricias aumentaron de intensidad y se fueron haciendo cada vez más íntimas pues la mano se deslizaba ahora hasta la parte posterior de mi conejito, el cual ya estaba lo suficientemente lubrificado como para mojarle los dedos.
Separé un poco más las piernas de modo que ahora sus dedos alcanzaban perfectamente a acariciar la mucosa que rodea a mis dos orificios. Mi respiración y la del desconocido eran cada vez más agitadas, y nuestras temperaturas ascendieron vertiginosamente cuando sus dedos empezaron a hurgar en la entrada de mi coñito y en la de mi culito alternativamente. Intensificó la intimidad de estas caricias hasta el punto de introducir los dedos en mi chumino, ya palpitante de deseo. Primero noté uno, luego dos y hasta tres dedos entrando y saliendo furtivamente en mi cueva sagrada. Tras un par de minutos, en los que yo estaba completamente entregada a las caricias del desconocido intentando que la expresión de mi cara -la cual tenía dirigida hacia la revista que no estaba leyendo- no delatara el placer que estaba recibiendo de él, retiró inesperadamente sus dedos de mi intimidad.
Mi primer impulso fue echarme hacia atrás buscando de nuevo el contacto, pero apenas había acercado mis nalgas a él noté una protuberancia presionando contra ellas. Su tacto suave y duro, su calor y la humedad que emanaba de su extremo me llevó a descubrir que se trataba de su pene. ¡Se había sacado la polla!. No me dio tiempo a reaccionar, porque en un rápido movimiento la situó entre mis nalgas y empezó a frotarla por toda mi rajita. ¡Uhmmm!, no pude soportar por mucho más tiempo la calentura que el sobe de su polla me estaba produciendo, así que eché hacia atrás y arriba la pelvis de modo que en uno de los movimientos su capullo se encajó en la entrada de mi coñito. En ese momento él debió de agacharse un poco porque noté cómo iba introduciendo su falo dentro de mí. Para facilitar las cosas me incliné disimuladamente hacia delante de modo que finalmente se introdujo del todo. Allí estaba yo, en un autobús atestado de gente con el pollón de un desconocido clavado en mi coño, y disfrutando como una zorra con la situación. El vaivén del autobús colaboraba a la hora de disimular los suaves movimientos de folleteo que habíamos iniciado.
Notaba cómo chapoteaban nuestros sexos a cada embestida y los fluidos resbalando por mis muslos. Estuvimos así cerca de 5 minutos, gozando en silencio de una situación que aparentemente no estaba teniendo lugar. Finalmente, mi desconocido amante se puso tenso y clavándome la polla hasta el fondo soltó varios chorros de semen caliente y espeso en mi interior, esto desencadenó mi orgasmo y mi vagina comenzó a contraerse apretando y aflojando rápidamente la verga que la atravesaba.
Aún aturdida, me di cuenta de que quedaba poco para llegar a mi parada así que me separé despacio, me coloqué bien la faldita, recogí la mochila y con piernas temblorosas me acerqué a la puerta de salida pulsando el timbre de parada mientras sentía cómo un hilo viscoso de semen se escapaba de su refugio, llegaba a la parte superior de mis muslos y desde allí iniciaba un lento y acariciante descenso . Cuando el autobús se detuvo, me apeé sin mirar atrás. Aquella tarde llegué a casa agotada, pero con una amplia sonrisa de satisfacción en la cara y una buena carga de leche caliente en mi coñito.
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