Adolescentes Asesinas y Viciosas

12/06/2017

Carl logró volver en sí varias horas después, era de noche. En una de esas no iba a despertar de nuevo jamás. Siempre continuaba dentro del pentagrama de plata, en el amplio salón con la chimenea de piedra en forma de dragón cuyo fuego era la única luz que iluminaba el salón. En la misma posición acostado sobre el piso de granito negro, de espaldas, a todo lo largo. Con su cabeza en la punta del pentagrama y cada una de sus extremidades extendidas, alineadas en dirección a uno de los rayos de la estrella. Los grilletes de acero de las muñecas y tobillos bien fijos a las arandelas metálicas empotradas al piso. Le dolía la garganta, tenía la tráquea lastimada.

Junto a él, a un lado, se hallaba desplegada a lo largo una esterilla rectangular.

Al cabo de un largo rato escuchó unas voces, los pasos eran tan suaves que no pudo oírlos, pero vio a las dos chicas que habían entrado al salón y que estaban de pie junto a él. Una de ellas era Lilith, de nuevo, esta vez vestía su batín corto de algodón y las pantuflas rosadas, junto a ella venía una nueva joven. Se trataba de una Diosa asiática, de piel blanca y perfecta como porcelana de Nankín. la Diosa asiática vestía una corta bata de seda negra con dragones de oro estampados, su largo pelo negro de un liso sobrenatural le caía suelto tras la espalda como hilos de seda negra. En sus orientales ojos, negros azabaches, brillaban las chispas de la chimenea como fuegos del infierno. Sus hermosos pies calzaban sandalias de cuero negro.

Ambas chicas se descalzaron y tomaron asiento sobre la estera junto al hombre. Lilith se sentó cruzando las piernas en posición india, la asiática se sentó de rodillas, juntando las piernas.

El hombre las contempló contra la luz del fuego de la chimenea, que creaba en sus rostros misteriosos y malvados claroscuros. La inflamación del rostro había cedido y podía verlas con ambos ojos. Lilith estaba sentada a la altura de su hombro, la joven belleza asiática se hallaba a la par, a nivel de su abdomen.

-Carl, te presentó a nuestra Diosa oriental, Kwan Yin Xielong. -Dijo Lilith.

La muñeca de porcelana le examinó, sus labios de intenso rojo, como remojados en sangre fresca dibujaron una malvada sonrisa. La Diosa emanaba un perfume con aroma a flores de jazmín.

-Puñetazos, latigazos, patadas y pisotones. -Dijo Kwan Yin.- ¡Que obra más burda, propia de bárbaros! ¡Ves Lilith, nuestras compañeras no saben nada acerca de cómo torturar a un hombre!

La asiática puso sobre el piso frente a ella un estuche de cuero negro, grueso, como una biblia, descorrió la cremallera y le abrió como un libro.

Sacó una varita larga de gris acero inoxidable y la sostuvo entre sus dedos, mostrándola al hombre.

-¿Ves esta cánula? La voy a ensartar toda por la uretra de tu pene.

La varita tenía unos abultamientos como bolitas espaciadas a cada trecho.

Kwan yin le cogió el pene con la mano. El hombre sintió un sobresalto al contacto de la suave y tibia piel. Empezó a acariciarle despacio, masturbándole suavemente. No tardo en alcanzar una erección, el miembro se puso duro y se irguió como poste de acero apuntando al cielo, los dedos se cerraron con fuerza alrededor de su tronco, las uñas de la joven eran largas y afiladas e iban lacadas en vivo esmalte de color rojo furioso.

Una gotita de líquido preseminal se asomó por la apertura del glande, la Diosa tocó el agujero con la punta de la cánula y comenzó a introducirla por la uretra. Avanzaba perfecto hasta que la primera bolita la frenó, con fuerza penetró pasando por el glande, ensanchando la uretra a su paso.

El hombre gimió de dolor.

La segunda bolita paso a su vez, luego la tercera, cada una requirió la aplicación de más fuerza para penetrar dentro del miembro. El pene quedó empalado por completo, sobresaliendo la punta de la cánula. Kwan Yin, sin soltarle el miembro, le masturbaba de vez en vez, para impedir que perdiera la erección, más evitando que fuera a eyacular. La Diosa asiática era una experta en el manejo de los genitales masculinos. En retroceso comenzó ahora a extraer la cánula de la uretra. Las bolitas ahora atravesaban en dirección contraria. Una vez hubo retirado toda la vara la elevó en el aire, estaba empapada de líquido preseminal, un hilillo conectaba la punta de la varita con el glande.

Dejó la vara en el piso y sacó otra cánula de acero del estuche, está era igual de larga, pero de sección más gruesa, también a cada tanto llevaba una bolita gruesa.

Masturbó un poco el pene para prepararlo e inició la introducción de la cánula, de nuevo las bolitas forzaban a la uretra a ensancharse. El hombre gemía de dolor, pero extrañamente también de placer, sin prisas, le ensartaron toda la cánula dentro, empalándole el pene de nuevo.

Kwan Yin soltó el miembro. Sacó de su estuche dos cordones de seda negra, con uno amarró el pene por la base, hizo un nudo y apretó con fuerza a manera de impedir que la sangre regresará del pene al cuerpo, conservando así la erección, con el otro cordón le amarró los testículos por la base, dejando libre suficiente cordón para tirar de él con la mano. Tiró del cordón estirando el escroto, alejando los testículos del cuerpo. Amarró el extremo del cordón a una anilla de acero empotrada en el piso, la cual se hallaba entre las rodillas del hombre, de manera que quedará en tensión.

-Ahora vamos a divertirnos con tus bolitas. -Dijo la asiática. Sacó del estuche un diminuto latiguillo negro, con nueve tiritas de cuero que salían del mango, cada tirita lleva una pelotita hecha de acero en la punta.

Con un diestro movimiento de la muñeca azotó el tronco del pene del hombre. Le azotó buen rato, hasta dejarle el miembro marcado por todos lados con moretones negro azulados. Después le dio un latigazo en los huevos. El grito que soltó fue atronador, el dolor era espantoso, las lágrimas saltaron de sus ojos.

Lilith descruzó sus hermosas piernas desnudas, su batín blanco apenas cubría sus muslos, al moverse se podía entrever un tanga blanco. Se sentó de lado, extendió un brazo y colocó la mano sobre la frente del hombre.

-Silencio. -susurró.- Aún no has visto nada, nada de las cosas que Kwan Yin le hace a los genitales de los hombres.

Recibió varios latigazos más en los testículos. Sobre el escroto aparecieron verdugones de malsano color azul oscuro.

La cruel muñeca de porcelana dejó el látigo sobre el piso y buscó de nuevo dentro del diabólico estuche. Esta vez sacó un alfiletero rojo en forma de corazón, erizado de largos alfileres de acero. Sacó uno de los alfileres sosteniéndolo entre el pulgar y el índice, y lo elevó en alto, la aguja era larga y de punta aguda y afilada, con los dedos de la otra mano le cogió un testículo.

El hombre la observó horrorizado.

La Diosa asiática picó la piel del escroto, como probando, luego insertó la aguja, despacio atravesó el testículo, lo paso de parte a parte, afloró rompiendo la piel por el otro lado, la bola quedó ensartada por la ajuga como si esta fuera un pincho. El hombre bramaba de indescriptible dolor. La cruel Kwan Yin le insertó varias ajugas más, traspasándole los testículos en varias partes, también le clavo agujas en la cabeza del pene, y en el tronco, pasándolos de parte a parte, pero sin atravesar la uretra, la cual estaba ocupada por la cánula de acero. Le dejó todo el miembro y los testículos cubierto de alfileres.

El hombre lloraba y sollozaba.

Kwan Yin buscó en el estuche, puso en el piso una vela de cera negra y un frasquito de cristal lleno de líquido trasparente y sacó un mechero de oro, con un dragón grabado en relieve.

-¿Y todo eso? -Preguntó Lilith.- ¿Es para lo que creo que es?

-Ya veraz. -Dijo la hermosa y cruel muñeca de porcelana.

Encendió la vela y la dejó arder, en tanto posó la flama del mechero en el extremo de la cánula que emergía de la uretra, el acero no tardo en calentarse, causando un dolor agudo al hombre. Apagó el mechero y lo dejó sobre el piso, a continuación, empezó a sacar los alfileres insertados en los genitales, uno por uno, pasándolos de vuelta al alfiletero, cada vez que retiraba uno de ellos, surgía un hilito de sangre por los agujeros de entrada y salida que había perforado la aguja, cuando se los hubo sacado todos los genitales estaban cubiertos de sangre. Cogió la punta de la cánula y de un tirón la extrajo de golpe, tras de ella salió un hilillo de líquido preseminal mezclado con sangre.

-Ahora hay que evitar que estas heridas se infecten. -Explicó cogiendo el frasco de cristal y retirando el tapón de goma.

-¿Qué diablos es eso? -Preguntó Lilith.

Kwan Yin derramó el contenido sobre los genitales. Al contacto el hombre se sacudió en violentos espasmos tirando inútilmente de sus cadenas, las cuales le mantenían sujeto a los aros del piso. Gritaba como una bestia agonizando.

De golpe Lilith le encajó una de sus pantuflas peludas en la boca.

-¡Ya deja de gritar que me vas a dejar sorda! ¡Que no puedes sufrir en silencio!

Lo dejó callado, la punta de la pantufla le llegó hasta la garganta y el frente le llenó toda la boca.

-La mezcla es un compuesto de alcohol de alto grado, esencia de menta y lavanda.

Lilith la observó con una expresión atónita dibujada en su hermoso rostro.

-Ahora vamos a cauterizar las heridas y detener la hemorragia.

-¿Cómo? -Preguntó Lilith.

Kwan Yin cogió la vela, la inclinó y comenzó a derramar la cera derretida sobre los genitales.

-Se la vamos a encerar toda.

Cubrió por completo el pene y los testículos.

Lilith observó el rostro del hombre, estaba desencajado de dolor, parecía diez años más viejo, el pobre diablo la observaba con una patética mirada de súplica en sus ojos húmedos. La pelirroja sintió su entrepierna mojada de excitación. Sus pezones se endurecieron por debajo del batín. Deslizó una mano bajo el tanga y se acarició el clítoris, ser la causante de tantos sufrimientos y miseria padecidos por el hombre la excitaban, sintió un dulce orgasmo que recorrió su juvenil cuerpo de ninfa.

-¿En serio te estas masturbando? -Preguntó Kwan Yin.

-Ah, es uno de mis pasatiempos favoritos, pero sólo siento deseo cuando la ocasión es especial.

La Diosa asiática guardó sus lúgubres instrumentos dentro del estuche de cuero y lo cerró.

Ambas chicas salieron abandonando el salón.

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